
AGONÍA DE UN AMOR

Entré en la casona vieja; estaba deshabitada. Sus muebles cubiertos por sábanas polvorientas me hablaban de tu ausencia. Entré ataviada con mi blanco vestido en el afán de esperarte. Hacía dos horas que me habías enviado un mensaje a mi teléfono: «Aguárdame en la casa donde nos conocimos.» Decías escuetamente.
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Cinco años han transcurrido desde que mis ojos se posaron en los tuyos, y quedamos enlazados para siempre. Un lustro de inviernos y veranos que transcurrieron entre nuestras citas y paseos, siempre juntos, aferrados de las manos…pero hoy un vago presentimiento me dice que no vendrás…Hace tan sólo un mes tuvimos un desacuerdo, un enojo poco frecuente, que nos distanció. Y pensando en ello me he puesto a contemplar en esta tarde, un gran ventanal, por donde se vislumbra el desmayar de las hojas de este otoño. Paisaje que aumenta el dolor de tu ausencia. Me he vestido para ti; y traje un ramo de claveles para nuestra reconciliación. Pero ya han pasado tres horas y no apareces…mi angustia empieza a crecer.
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El vaivén de un arbusto a través de los cristales le habla a mi tristeza, sus hojas breves, macilentas y ocres, sus desnudas ramas, todo parece verter un llanto noble, que me acompaña y enluta el crepúsculo. De pronto suena mi teléfono….y un escalofrío me recorre la espalda cuando escucho la voz de una mujer; mi corazón se apresura, mientras ella pregunta mi nombre….yo le contesto afirmativamente, y ella me explica que es la enfermera del Hospital San Bartolomé….y que hay un herido de gravedad que sufrió un accidente, y él le dio mi número antes de perder el conocimiento.
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No puedo escuchar más…se nubla todo a mi alrededor….corro hacia la calle; atrás queda la ventana que un día nos conoció, húmeda por el aliento otoñal….mientras en el piso agonizan los claveles de mi esperanza.

De mi poemario
«Fragancia espiritual»
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